Juan Fernando Giraldo

Obra en Construcción, Disposiciones Estéticas

25 de septiembre al 30 de octubre de 2024

Biblioteca Activa, bloque 1 (Medellín centro). Universidad Cooperativa de Colombia

En lo personal, encuentro un encanto en lo que la humanidad ha definido, incesantemente, como la relación orden/caos y en la manera en la cual esta relación se configura y se reconfigura en nuestra vida cotidiana. La naturaleza se nos presenta en un aparente «caos» con sus diversos follajes, colores y el caprichoso recorrido de los ríos y sus meandros; que contrasta con el orden y la estructura de lo humano, para darle una coherencia al mundo, así como una apariencia de estabilidad. Más allá de la razón moderna y la necesidad de organizar, clasificar y jerarquizar, en el ritmo de la vida cotidiana se instala, a su vez, una suerte de «orden» que no obedece a la razón, sino al modo en el cual en el devenir mismo del mundo de la vida, ejecutamos acciones que escapan a la conciencia y se insertan en una dinámica inconsciente –fruto de la rutina y el hábito–, pero que llevan, implícitamente, el ritmo de un caos que, sometido al silencio y a la contemplación, puede traducirse en una creación estética que encarna una suerte de orden.

Caminar por la ciudad es una experiencia que nos lleva a una reflexión acerca de lo acabado y lo inacabado. Cuando nos enfrentamos a las diversas construcciones en la experiencia urbana del andar, –ya sea de edificios monumentales o una pequeña casa autoconstruida, de las obras en proceso o de las edificaciones concluidas–, vemos el resultado, pero no nos preguntamos por el proceso y por aquel que, calladamente, ejecuta con precisión su oficio: los albañiles. Juntan, arman, mezclan, agujerean, martillan, taladran y penetran, fundiendo materiales y creando un nuevo mundo, pasando así, del caos del proceso al orden de la terminación de la obra; transitando de la imaginación a la experiencia material y tangible. En aquel proceso creativo, mientras van construyendo y fabricando, establecen un nuevo orden y generan estéticas otras en la manera en cómo disponen los elementos materiales, que más tarde serán incorporados a una estructura.

Detrás de los oficios, hay historias de vida y rutas de saberes. En las conversaciones con los albañiles, les he preguntado: ¿Y dónde aprendieron el oficio? La respuesta apunta a unos saberes heredados de padres –o familiares cercanos–, a hijos: «mi papá o mi tío me lo enseñaron». Mientras que otros aprenden in situ, en medio de las necesidades y presiones de la supervivencia en la ciudad, «por la necesidad de trabajo y de ganarse un peso», como ellos mismos lo narran. Entonces, se dirigen a la construcción más cercana o llegan a construcciones donde son recomendados por parientes y amigos para ser contratados, finalmente, como «ayudantes». Con la guía de compañeros o de modo empírico –a través de la observación y la experimentación–, van adquiriendo los saberes necesarios.

Merodeando en los edificios a medio construir, de día o de noche, cuando cesan las actividades, he ido produciendo una memoria a través de las imagénes, una memoria estética acerca de la disposición de los materiales de construcción y de aquellos seres humanos que se encuentran detrás de estas creaciones: los albañiles. Seres invisibilizados que por la preeminencia de los saberes institucionalizados como la arquitectura y la ingeniería, han sumido su saber como menor, mas palmo a palmo, con sus propias manos, son quienes edifican: creadores anónimos que no son solo poco valorados desde la perspectiva social y cultural sino, además, económica. Así, en este registro, más allá de la dinámica estética de la construcción y de esa suerte de mística en la organización del caos, rescato un oficio que reclama su visibilidad y reconocimiento.